JOSÉ LUIS ZÁRATE


UN DESEO



Tengo que leer los espacios vacíos, las entrelíneas. Por desgracia es sencillo. Puedo practicar. Cada vez hay más. Pausas incomodas, rodeos del tema, salidas por la tangente. Miro mi expediente y comprendo nítida, completamente, el silencio de mi doctor.



Debo empezar los adioses. Una copa de vino, una cena tranquila, un momento de esa serena paz que compartimos tanto tiempo. Adiós cuerpo, digo, y él, como siempre, no dice nada. ¿Para qué? Llevamos toda una vida entendiéndonos.



Me organizo para no dejar nada pendiente. Miro la ventanilla cerrada. Suspiro. Pienso en fantasmas, en almas en pena que lo que dejaron atrás fue un trámite. No volteo a ver quién suspira, inmaterial, detrás de mí.



Digo que me voy de viaje, que me mudo a lejanas playas. A quienes en verdad amo les digo la verdad. Nada me responden las fotografías de quienes están en costas ajenas, sonriendo bajo otros cielos.



Disfruto del cielo azul, del sol, de la risa de los niños, de la tranquilidad del parque, de las risas de los otros como quien pone una sábana blanca sobre muebles que no va usar.



La crisis del gato: Pienso con angustia ¿quién le dará la leche, el pedazo de pan de la mañana, la mano en el lomo, las palabras mínimas que sólo él y su amo conocen?



Las pastillas las organizo por tamaños, por comidas, por horarios, por montones, por rutinas, por nostalgias. Me digo que no van a enterrar mi cuerpo sino, solamente, un bote más que las contuvo.



No puedo dormir. Miro la noche. ¿Si juntamos todas esas habitaciones iluminadas a deshoras qué tendríamos? Ciudad de angustia, de soledad, de silencio. ¿Qué diferencia con la ciudad que habitamos cada día?



Hoy detuve todos los relojes de la casa. Disfruto del tiempo inmóvil de la habitación. Duermo libre de tic-tacs. Despierto y puedo sentir, clarita, cómo cae la arena en mis venas.



Basta de autocompasión. Hola sol, mañana, aire, amigos que no he visto en años. Hola pelotita de goma que compro para el gato y que voy jugando por la calle.



¿En qué va a parar esto?, me dice, y pienso que nunca lo sabré y sonrió. A fin de cuentas estoy a salvo del alto costo de la vida.



Tomo camiones a ninguna parte, me dedico a ver a desconocidos con suma atención. No quiero, no debo, no voy a decirme que también eso hacen los fantasmas.



Cuando el dolor cede un poco, acaricio al gato con ternura. Pobre, le digo, siete vidas no valen la pena si hay que pagarlas con siete muertes.



Al ver una estrella fugaz pide un deseo. Olvidaron decir “fugaz”. Miré el cielo y me dije que iba a gastar la vida en desear tanto.



Por teléfono hablo de playas, de arena. Sonriendo cuelgo y me siento lo suficientemente bien para anotar que debo comprar un protector contra el sol.



Llovió toda la semana. La playa gris, el mar picado, el estruendo. ¿Qué importaba? Nuestros cuerpos eran costa suficiente. Extrañamos, eso sí, las gaviotas.



Hojeo las fotos de ese viaje. Las pusimos bajo plástico para salvarlas del olvido. Cruje la hoja amarillenta casi deshaciéndose. Crujen mis dedos.



Lo ahorrado: tenía que gastarse. La comida en latas, abierta. Las estrellas, el mar, cada recuerdo debía repasarlo una y otra vez.



Cierro el libro abierto en la mesa. Con ese simple gesto entierro siete vidas, un amor, la guerra interminable de Crimea.



Visto mi mejor traje, me perfumo. Voy a reunirme contigo, amor. Acaricio lo que olvidaste. Cierro los ojos para verte.



El correo lleva una postal. No lleva dirección ni remitente. Basta que viaje, que en ella saludemos los dos.



Algo vital se detiene dentro de mí. Se sintió, exacto, como el día que ella hizo las maletas.



Dejaste de escribir. Nada teníamos que decirnos. ¿Por qué no nos enviamos, cada tanto, una hoja en blanco?



Cierro los ojos y ahí estás tú, ellos, esa multitud que esperó hasta hoy para recibirme.



Al fin, estoy libre de mí: con alivio entierro definitivamente la corbata en un cajón.



Tres postales. Tres mares. No quiero saber, nunca quise, si también hubo tres tormentas.



Reúno el expediente de mi caso. Leo hacia atrás, como si fuera curándome. 



Dejo sobre la mesa del comedor el boleto de lotería que compré.



El gato camina, resuelto, en cada rincón, en su estruendosa ausencia.



Hoy anoto, para mí, que me voy a playas lejanas.



Veo una estrella. Pido un deseo. Mil más aparecen.



Cierro los ojos.  El mundo muere allá afuera.



Tres cosas quiero: mar sereno, gaviotas, silencio.



Mi cuerpo ha dejado de hablarme.



Me cobijo en el silencio.



Soy al no ser.



Tengo mi deseo.



Mar sereno,



Gaviotas,