EMILIANO DELGADILLO MARTÍNEZ



EL MENSAJERO ASESINADO 

Buscábamos ser en estas playas
el mensajero asesinado.
Pero nadie salió nunca a recibirnos.
F. S.



Francisco Segovia nació en la ciudad de México en 1958. Es hijo de Inés Arredondo y Tomás Segovia. Desde 1977 ha publicado varios libros de poesía, entre los que destacan El aire habitado (1995), Rellano (1998), Ley natural y Elegía (ambos de 2007). Trabaja como lexicógrafo y traductor, además de dedicarse a escribir ensayos: Invitación al mito (2001) y Jorge Cuesta. La cicatriz en el espejo (2004) entre los más recientes. Su nuevo libro de poesía, Partidas (Ediciones Sin Nombre, 2011), acaba de ser presentado en la Casa Refugio Citlaltépetl el pasado mes de agosto.
            El libro se divide en tres partes y una “Posdata” que es, a mi parecer, compendio y suma de aquéllas. Las dos primeras, “De guardia” y “De tan lejos”, se desarrollan en una patria perdida:
                                               Nos dispersamos
                                               lentamente en la intemperie
                                               como las siete tribus.
                                               Pero sin remembranza
                                               de un paraíso ni promesa
                                               de una tierra.

Patria perdida por el abandono, por desperdiciada, por carecer de esperanza. La tercera sección, llamada “Tierra roja” (publicada parcialmente en la revista Letras Libres en enero de 2010), ocurre en el planeta Marte, a donde va una partida de hombres con sed de justicia, en busca de “un ideal sin lujo y sin miseria”, sin saber lo que les espera en este planeta nunca antes visitado. Por último, la “Posdata”, próxima a la epístola, es la recapitulación de las reflexiones y angustias de los poemas anteriores, escrita en un estilo notoriamente rítmico, vital y excelso, que demuestra la entereza no sólo de Partidas sino de la poesía de Francisco Segovia.
            Los 280 poemas breves, numerados consecutivamente a excepción de la “Posdata”, constituyen una epopeya fragmentada por los saltos en la materia y en el estilo de los mismos. No obstante, pronto vislumbramos una realidad concreta que bien podemos llamar mexicana (o quizá, mejor, mesoamericana) y una narración doble, literal y figurada, virtud de la unidad reflexiva del libro.
            La voz poética nos lleva por la vida de un guardia, disciplinado e impávido a la vista mas lleno de zozobra por dentro, quien por circunstancias bélicas tuvo que ausentarse del hogar y separarse de su esposa amada. No obstante, pervive la camaradería entre sus pares con quienes comparte la misma suerte (son mayoría los poemas en plural donde leemos “nosotros”). Su antiguo oficio de campesino le legó el trato con la tierra y su entorno; su conocimiento le recuerda que la naturaleza no se inmuta ante las atrocidades e injusticias:
                                               ¡Tantos muertos y heridos
                                               dejados al pairo en aquel valle
                                               bajo un sol impávido y sereno!
                                               [...]
                                               “En el país derrotado
                                               ríos y colinas impasibles”...

            La angustia y la ira lo carcomen porque sabe también que la violenta historia de la humanidad ha sido forjada por el hombre mismo. Esta convicción lo lleva a zarpar en busca de “un futuro aséptico”, pero la tempestad lo hace naufragar en la misma orilla. Lo intenta de nuevo mas la borrasca lo hace encallar otra vez. En tierra es tratado muy a contrario sensu que el peregrino de don Luis de Góngora y por eso decide abandonar este planeta: parte a uno sin vida, regido por leyes totalmente distintas, en donde “Nada pende nada tiende una comba / con la reverencia del helecho.”
            A lo largo de Partidas Francisco Segovia nos incita a reflexionar sobre el origen del mal, y él mismo sugiere una tesis:
                                               “Al extranjero y al enemigo
                                               es en el espejo
                                               donde hay que buscarlos”

dice una voz que no sabemos de dónde viene (“¿Cómo me oís vosotros? / Hablo de tan lejos...” reza el epígrafe de René Char). Esta tesis, repetida a lo largo del libro, será puesta a prueba en los pasajes marcianos, en donde no hay bien ni mal pues no existe siquiera la palabra:
                                               Pero no he encontrado aquí otra cosa
                                               que prehistoria y cielos sucios
                                               la magra médula de un tiempo
                                               que resecó la escasez de siempre
                                               un lugar sin aire y sin madera
                                               donde nadie sabe aún
                                               cómo arar los campos
                                               o encender una fogata.
                                  
            No quiero hablar más de la estancia en Marte ni de la “Posdata”. Prefiero que el lector recorra ese “seco mar marciano”, como dice Ray Bradbury, pues me parece el apogeo de un libro que va in crescendo hasta llegar al punto en el que cada quién debe enfrentarse con la propuesta ética y estética del trabajo de Francisco Segovia.
            Sólo quiero mencionar una última cosa. Al final del libro Segovia incluye un “Epigrafario” –verdadera rareza en nuestra literatura– que desvela humildemente su imitatio y apropiación de pasajes de otros libros y autores, con lo cual, me parece, rinde un homenaje a los guías de su viaje poético. Allí encontramos a Virgilio y a Yorgos Seferis, a Homero junto al libro de Job, a Li Po y a T. S. Eliot; allí nos muestra que en Partidas conviven René Char, Lucrecio, los Himnos védicos, Tu Fu, Ray Bradbury, Epicuro, Arthur Rimbaud, los Upanishads, Manuel José Othón, el Gilgamesh, Cesare Pavese y Carlos Pellicer, entre muchos otros.
            Y aun sin mencionarlos, hay poemas que me traen a la memoria la Epístola moral a Fabio del Capitán Andrada. Otros, simplemente, suceden en Comala.