DANIELA TARAZONA



UNA HISTORIA DE AMOR


Del otro lado de la ventana estaba el mundo. Ella se había puesto un vestido para salir. Pero fueron los ojos, quizá fueron los ojos. La imagen de ella detrás de la ventana, yéndose, era la aceptación de cierta falla. Entonces, la caída. Las manos extendidas en el mantel azul, el dedo índice sobre las migas de pan, la masticación de las migas. Entre ella y él se veía la energía hecha luz. Alguien dotado habría podido distinguirla, pero apenas duró unos segundos. Luego las manos sobre el mantel y nada que decir. Las palabras eran de cortesía. ¿Se habrá dado cuenta? No. Las palabras no eran de cortesía. Él se le había metido en el camino. En un cruce de calles. En una esquina. Cerca de la farmacia del barrio. Y ella había querido ser realista cuando pensaba que detrás de la ventana estaba el mundo.


     Alguien, en otra mesa, dijo que la vida era triste. Nada le importaba la tristeza. Con la respiración ahora entrecortada por el frío, allí, sintiéndose desprovista de todo y siendo mansa: la mano izquierda caída sobre una rodilla, con los ojos bajos y los pies juntos, se manifestaba de nuevo la predecible ruina. Ya se sabe: la ruina de la existencia.


     El mundo real podía ser visto desde el otro lado de la ventana, donde ella masticaba, en la mesa de un café. Dentro de sus ojos, se reflejó un paisaje. Y ella caminó, sin que nadie lo notara, por un bosque.