AMADO PEÑA



GIL



Madre dice que las paredes están tristes y por eso lloran en la noche. También los vasos lloran y ha de ser que se entristecen por el frío de la Coca-Cola o de los líquidos. Pero mi profesor dice que la razón del agua escurriendo afuera del vaso se debe a la condensación de la humedad del aire en su superficie y que para las paredes no hay mejor pañuelo que una buena impermeabilizada.
            Veo a Ishtar pasar y creo que mis puños se entristecen y se retuercen a tal punto que incluso mi Frutsi llora sobre mi pantalón. Pregunto al profesor el porqué y responde con un silencio que me inquieta, juega con la carta de siempre desde que su señora ya no viene a la escuela con sus ricos pasteles. Mira hacia afuera de la ventana y vemos cómo los flamboyanes se bambolean como el ki en las caricaturas. En eso pasa Tropel, mi perro, y dejo al profesor con su silencio en el salón vacío. Creo que me grita algo pero para entonces ya corro hacia la parada del camión con Tropel y mi pecho suena como las patas de mi perro.
            La última vez que invité a Ishtar a mi casa me pidió que me lamiera las manos para ponerlas en las estanterías del congelador; lo hice y ahora cada que mis puños se enojan o entristecen duelen; me dejó una marca como cuando cargo las cubetas para tender la ropa, pero esta línea no se quita y duele.
            Estoy por llegar abajo a la parada cuando Tropel se detiene de súbito y comienza a gruñir como las hojas en los flamboyanes. Volteo a verlo y sigo escuchándole gruñir pero lo único que veo es su pelaje rojizo. En eso a lo lejos el profesor grita: “¡Cabalgar, cabalgar, cabalgar!”. Atrás de mí estallan las risas de mis amigos; seguramente querrán ir a los videojuegos mientras criticamos las ocurrencias del profesor o de cualquiera, otra vez. A un lado de ellos está Ishtar con sus amigas aventándoles papeles y ellos se los devuelven y comienzan a jalonear hasta juntarse tanto que ya no sé si Ishtar ahora usa pantalones.
            El viento crece hasta que no escucho a nadie más que a él. Me hinco para tomar una rama tirada en la calle. Me apoyo en el lomo de Tropel mientras empieza a lamerme la cara. Espero unos segundos. Le susurro al oído: “una, dos… ¡tres!”. Corremos hacia la tierra baldía que está entre la escuela y la parada. Ya en ella abro brecha en la maleza con mi rama mientras miro arriba a los árboles y Tropel brinca por todos lados cazando bichos y mariposas. La luz parece que llorara en los flamboyanes y me refugio en las sombras. Al llegar a casa ahí estará mi prima Ishtar con su gato negro negro. Ya son vacaciones. Mi hermano va a regresar con todos sus libros a enseñarme no se qué; el mundo; que Tropel se llama Enkidu. No sabe tanto. Pero en las noches voy a jugar a escondidas con ella, y como aquí vamos a jugar a que nuestros cuerpos entristecen, y vamos a jugar a que lloramos por la boca, por los brazos, a que llora nuestro temblor; hasta Tropel va a llorarle a la luna de puro juego. Lloraremos por todos lados en la noche y puede que llueva.